El Verdadero Compromiso en el Contactismo

Para algunas personas la contemplación del cielo nocturno constituye una actividad necesaria en el diario vivir. Sentimientos de nostalgia, armonía y maravilla pueden evocarse cuando nos dejamos hipnotizar por la inmensidad de la bóveda celeste y sus misterios. También pueden surgir muchas preguntas sobre la vida, el espacio y el tiempo, ¿Qué hacemos anclados aquí en la Tierra y qué hay más allá, donde sólo vemos luces formando constelaciones? ¿Existirá vida inteligente en otras regiones de la vía láctea o aún más lejos donde no hemos podido llegar con nuestras sondas espaciales o radiotelescopios?

Si persiguiendo responder alguna de esas preguntas llegamos al contactismo, es decir, la vivencia y/o investigación de fenómenos de contacto entre entidades que habitan otros mundos y la especie humana, una de las posibles consecuencias es experimentar un sentimiento profundo de pertenecer a “algo más grande”, algo así como “un plan mayor”, lo que podría, a su vez, asociarse a un deseo sincero de aportar a ese fin.

En este sentido el propósito de vida que, si bien puede aún no traducirse a una tarea concreta, se deja permear por un panorama mucho más amplio que involucra más que nuestra individualidad, y que suele girar en torno a ideas de amor y servicio. Digo ideas porque dudo si realmente somos capaces de dimensionar lo que significan, aunque confío en que el lector, al menos, lo intuye.

Sin embargo, y volviendo al grano, si permitimos que nuestra atención se pose más sobre las luces anómalas o sobre la búsqueda incesante de establecer contacto con alguno de estas entidades, dejando de lado el trabajo interior, es más fácil acabar alejándonos del cumplimiento de ese propósito, que acercándonos a él, porque sufrimos un gran riesgo de distraernos con fenómenos que, por muy interesantes que sean, no son el fin último. Y peor aún, nos volvemos dependientes.

Desde luego que ante esto puede surgir la justificación de ese deseo: “Necesito una confirmación concreta de que el fenómeno es real y que cuento con el apoyo de ellos”, en cuyo caso, entonces, es conveniente plantearse las siguientes preguntas: ¿Realmente necesito una confirmación concreta de todo ello? ¿Realmente necesito verlos de cerca o subir a una nave para decidirme a aportar a ese “plan mayor”? ¿Acaso si eso no sucede, me voy a negar a “aportar” a ese plan? ¿Con qué es mi compromiso? ¿Persigo el fenómeno o la causa?

Si la respuesta es la última, entonces, a pesar de nuestros deseos humanos por experimentar fenómenos impactantes, nos hallaremos en un terreno de mayor libertad. Aprender a identificar aquello que nos mueve, la luz del faro que guía nuestro caminar, nos entrega claridad y despeja el camino de distracciones como “los zapatos” o “el vehículo” que usamos para transitarlo, y me refiero con esto último, a las “formas”. Formas de transitar hay miles, y una de ellas es el contactismo. Si el lector considera que el contactismo en sí mismo es su norte, bien, pero que lo tenga claro. De lo contrario, si considera que el contactismo es el vehículo para acercarse al faro, entonces es hora de recordar que ese faro, ese “plan mayor” nos necesita atentos aquí, no allá arriba. Se nos necesita conectados, activos, independientes y decididos, no distraídos persiguiendo ovnis.

Aclaro que este no es un artículo en contra del contactismo ni de los fenómenos ligados a seres extraterrestres, estoy consciente de que es un “vehículo” maravilloso. El punto de todo esto, es alertar de que, según el uso que le demos, puede tanto ayudarnos, como perjudicarnos sin darnos cuenta. Por esto insisto en tomar consciencia de qué es lo que buscamos en el fondo del asunto.

Desde ahí, y asumiendo que puede sonar bastante abstracto, el autoconocimiento y el desarrollo de la intuición, a través del trabajo interior y el contacto “con uno mismo”, son los caminos que nos llevan a la compasión, y por consecuencia, a comprometernos en vida al servicio. En concreto, cultivar sanas relaciones, perdonar-(nos), trabajar compartiendo nuestros talentos con otros, salir de la zona de confort y hacer de nuestras cortas vidas testimonios vivientes de ese «plan mayor», son acciones que nos hacen participar desde el amor, el eje central de ese cambio que buscamos sufra la humanidad para “pasar la prueba”. Y entonces la vida se vuelve mágica y llena de oportunidades, y ya todo puede ocurrir. 

El apoyo de ellos siempre está. De nosotros depende.

Autora: Valentina Quintana

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